Amigos y amigas. Desafortunadamente, el último post de nuestro memorable viaje a Grecia está lleno de tristeza, desesperación, resignación y rabia. Los últimos días han sido los más difíciles del viaje y, probablemente, de nuestras vidas. En la isla de Kos hemos vivido desde primera línea el drama humanitario más grande que ha vivido Europa desde la II Guerra Mundial. Las costas de las diminutas islas griegas fronterizas con Turquía son, a día de hoy, el reflejo directo del desastre que crea la guerra y la pobreza extrema, ocasionada mayoritariamente por los chanchullos de los mandatarios que mueven los hilos del mundo a su antojo.
Este relato es únicamente una reflexión personal sobre lo ocurrido en las últimas jornadas. En breves, podréis leer un reportaje extenso y completo sobre los hechos, acompañados de una potentísima galería fotográfica a cargo de Georgi. A nivel personal y profesional, estoy más que satisfecho por el trabajo realizado. Como periodista, he podido desarrollar a fondo mi trabajo, he hablado con todas las partes implicadas -refugiados, ong’s, UNCHR, voluntarios, griegos, etc- y he logrado completar un relato potente y necesario. En lo personal, estamos derruidos y extenuados. Hemos pasado largas noches recorriendo el litoral, esperando la continua llegada de los balsas, hablando y mimando a los que llegaban con terribles historias a sus espaldas.
Durante el desarrollo de los hechos, nos mantuvimos serenos y seguros. Los refugiados y migrantes llegan exhaustos, traumatizados, mojados y hambrientos. No saben que será de ellos. Aquí no reciben ninguna información y la ayuda humanitaria es escasa y pésimamente gestionada. Ante esta situación, era imprescindible mantener la compostura y no mostrarse débil. Son ellos quienes están sufriendo lo peor. Aún así, las últimas noches viví terribles pesadillas, fruto del estrés acumulado y las imágenes presenciadas. Cuando ves a bebés recién nacidos en brazos de sus frágiles padres entiendes que el mundo está mal, muy mal. Y esta vez no ocurre en lejanas guerras subsaharianas, terribles dictaduras islámicas o guerras de guerrillas que siguen sacudiendo el mundo. Ahora ocurre ante nuestros ojos, ante nuestras playas. En nuestro amado Mediterráneo.
Dejémonos de tonterías. Basta de sensacionalismo y de postureo político. Las declaraciones de solidaridad y las pancartas son muy bonitas, pero sobre el terreno nada de esto sirve. Estamos indignados con nuestros gobiernos y agencias de supuesta ayuda humanitaria, que a la postre terminan siendo instituciones burocratizadas, con decenas de empleados incapaces de ponerse al pie del cañón para contribuir a paliar este desastre. Pedimos a nuestros dirigentes que se dejen de aportar fondos económicos y trailers llenos de ayuda. Lo que se necesita es hacer un diagnóstico real del problema, y enviar gente con capacidad y con ganas de organizar el reparto y facilitar la acogida de los sufridos recién llegados.
Nos da asco y rabia ver cómo desde los cómodos despachos de Bruselas nuestros ministros deciden cuantos cientos de refugiados se quedan y los euros que donará cada uno por la causa. Mientras, la venta de armas sigue disparándose y la industria sigue lucrándose con la protección y beneplácito de nuestros gobiernos. Basta de hipocresía. Basta de reuniones de urgencia. Basta de asambleas inútiles de Naciones Unidas.
Aquí hemos constatado que el drama va más allá de los desolados sirios. Aquí llegan afganos, pakistaníes y bangladesíes, que al no ser considerados como refugiados lo tienen aún peor si cabe. Los tratan como animales. Les tiran comida y tiendas y que se apañen. Si, lo necesitan, pero no de este modo. Lo que necesitan es afecto, comprensión y mucho amor. Que nos sentemos con ellos, hablemos, sonriamos y juguemos. Conocernos unos a los otros, y comprobar que, más allá de religiones y naciones, todos somos seres humanos con sueños y necesidades compartidas. ¿Somos capaces de imaginar que un día podríamos ser nosotros los que huimos con lo puesto, con nuestros bebés en brazos, sorteando mares, vallas y balazos?
En breves instantes tomamos el ferry de Kos a Atenas, que se prevé movido. Son centenares de refugiados los que toman esta vía a diario para continuar con su travesía. La mayoría son conscientes de que se acerca el frío, y que las vallas cada vez son más altas. Pero no tienen otra. Y muchos siguen sin comprenderlos. ¿Tan difícil es habilitar pabellones, recintos y edificios abandonados para, al menos, brindar un poco de paz a toda esta gente?
Yo como periodista y Georgi como Educadora Social no podíamos evitar estar aquí y volcarnos plenamente en esto. Y nos ha absorbido por completo. A pesar de ello, hemos aprovechado algunos ratos para dar unas vueltas por la isla en moto, y corroborar de nuevo la suma belleza de este acogedor país. Kos es un pueblecito lleno de historia y de paisajes maravillosos. Y, como no, no hemos cesado en nuestro afán por deleitarnos con las exquisiteces culinarias locales. Pero creo que en este post no toca dar más detalles al respecto.
Sin más, nos despedimos con un profundo sentimiento de dolor y compasión por toda la gente que hemos conocido. Hombres, mujeres, ancianos, niños y bebés que han conquistado nuestros corazones y con los que seguiremos en contacto. Desde estas humildes líneas les deseamos muchísima suerte, porqué la van a necesitar. Este es solo el primer paso en el frío infierno que les espera. Shalom/Salam!