De la serie «Tales from a Strange Land»
Safed –o Tzfat en hebreo- es un recóndito y peculiar poblado al norte de Israel. Es el centro urbano más alto del país, perdido entre las serpenteantes carreteras comarcales que traviesan las montañas de la verde Galilea. Es considerado como una de las cuatro “ciudades sagradas” del judaísmo: Jerusalén (fuego), Hebrón (tierra), Tiberias (agua) y Safed (aire). El “Zohar”, una de las fuentes del misticismo judío, señaló que el aire de éste lugar es el más puro de la tierra de Israel.
Llegué a Safed en una soleada mañana de Febrero con mi amiga Adriana, una barcelonesa muy interesada en movidas místicas. Al aparcar el vehículo, se percató que estaba inmersa en un universo aparte. Acostumbrada a los judíos israelíes laicos de Tel Aviv y cercanías –que visten y viven a semejanza de Barcelona-, se asombró al vislumbrar el aspecto de los habitantes del elevado enclave sagrado: la gran mayoría son judíos religiosos, muchos de ellos ultraortodoxos. Para más inri, conviven gentes de los diversos submundos del judaísmo religioso: jasídicos, jaredíes, de descendencia askenazí o sefardí… por lo que las variedades de sombreros de copa, largos abrigos y batas oscuras o estilos de tirabuzones capilares eran tan diversos que se me hacía difícil explicarle cada matiz sobre su indumentaria.
Aquí se instaló el rabino Yitzchak Luria –conocido como “Ari”-, que elaboró profundas teorías sobre la Kabbalah. A su vez, el “Zohar” apunta que cuando el Mesías descienda de los cielos, acudirá en primer lugar a los altos montes de la Galilea. El Safed moderno fue establecido en el s.XVI, y fue hogar de ilustres pensadores y rabinos como Josef Karo, autor de los “Códigos de la Ley Judía”. Actualmente, la ciudad antigua es un pintoresco barrio de casitas de piedra construidas sobre una ladera montañosa, que al atardecer se ilumina con una cálida y esplendorosa luz solar. Las calles se tornan en un laberinto de estrechos pasillos, empinadas escaleras y aleatorios callejones donde prevalece un sentimiento de profunda calma, serenidad y espiritualidad.
Cada esquina, cada piedra y cada casa hablan. Todo lo que ven los ojos del visitante desprende historia. Las viviendas particulares están decoradas con plantas de toda clase y portones y ventanas pintadas de un azul blanquinoso, color asociado en la Kaballah con la idea de traer el cielo a la tierra. Entre las casas se entremezclan ancestrales sinagogas y yeshivás (centros de estudio religioso), cada una con su particular historia y legado de rabinos venidos de todo el planeta. De hecho, tras la expulsión de los judíos de Sefarad (España) durante la Inquisición, algunos terminaron encontrando refugio en Safed, y trajeron consigo libros cabalísticos primerizos, escritos en la península ibérica en el siglo XIII.
En la arteria inferior se concentra el “Cuarto de los Artistas”, donde pintores, escultores y artesanos de distintas disciplinas crean, exponen y venden sus obras en pequeños tenderetes o domicilios particulares con las puertas abiertas al público. El estudio de la Kaballah se popularizó por la predilección de algunas estrellas de Hollywood o cantantes como Madonna o Demi Moore.
Safed también fue un punto caliente en la guerra de la Independencia de Israel de 1948: cuando poco después que David Ben Gurión leyera el manifiesto que estableció el estado judío, los países árabes colindantes unieron fuerzas y declararon la guerra a Israel. Tanto las fuerzas judías como las árabes eran conscientes de la importancia estratégica del lugar, que ambos pretendían convertir en su “capital” del norte. Los israelíes ganaron la contienda, y la derrota árabe supuso la Nakba (catástrofe) para los palestinos: se estima que alrededor de 700.000 huyeron de sus casas y pueblos y pasaron a ser refugiados, un espinoso punto que es todavía crucial en cualquier negociación de paz pasada o futura entre Israel y Palestina. Mahmoud Abbas (82 años), presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) con sede en Ramallah, nació en Safed. En 2012, Abbas declaró que no tenía derecho a retornar a su Safed natal, lo que supuso un significativo cambio en el discurso histórico del liderazgo palestino, que demandaba que los refugiados puedan regresar algún día a sus poblados de origen.
En la plaza neurálgica de la ciudad antigua dimos con un particular establecimiento. En el rótulo leímos la palabra Sofer, que viene a ser “aquel que escribe la Torá”, el libro sagrado judío. En la puerta aguardaba Zalman Bear Halevy, un señor de unos 60 y tantos años, vestido con ropas sencillas, boina y espesa barba blanca. “¿Por qué quieres aprender sobre la Kabbalah?”, preguntó a mi estupefacta amiga, que estaba en un verdadero trance personal observando cada detalle e inscripción. “Kaballah en hebreo significa alma. Está ligado a la palabra yesod, que sería algo así como los cimientos. Una casa está construida sobre cimientos, que impiden que se desmorone. Para que entiendas, la Kaballah es la base de la torá”, contó Halevy.
El estudioso y escritor de esta disciplina mística nació en las inmensas praderas de Colorado. En su garita tiene colgada una foto de su tierna juventud: era un cowboy de pura cepa, siempre montado a lomos de su caballo. Hace 22 años vino a recorrer Israel, y cuando pisó Safed sintió que éste era su lugar. El sofer le preguntó a Adri si alguien era judío en su familia: “aprender el sentido de la Kabbalah sin saber nada sobre el judaísmo es como construir la casa por el tejado. No empiezas por arriba, sino por la base, y de ahí sigues construyendo”, enfatizó.
Sobre la Kaballah cada uno construye sus propias descripciones e imaginarios, por lo que no existe una definición concreta. En un portal de internet especializado en la materia se describe como “una antigua sabiduría que brinda herramientas prácticas para crear felicidad y satisfacción duradera. Una sabiduría universal que precede a la Biblia o alguna religión, y puede ser estudiada por cualquier persona, independientemente de su fe o camino espiritual”.
Seguimos indagando perplejos por las serenas callejuelas de Safed, cuya calma solo se veía interrumpida momentáneamente por la euforia de los párvulos que terminaban la jornada escolar. Fijamos nuestra vista en un pórtico con la inscripción “Kabbalah art”, acompañada de un colorido círculo con letras hebreas inscritas en su interior. Asomamos la cabeza dentro del pequeño “museo” de David Friedman, un empanado pero sobresaliente pintor de arte cabalístico. Las paredes de la sala estaban repletas de gravados, postales y llamativos cuadros, que él mismo confeccionaba en un pequeño taller adjunto. Casualmente, Friedman también vino de Colorado: “conocía al sofer Halevy, éramos de la misma zona. De hecho, me traía cada semana carne kasher”, explicó.
Observando una de sus obras, repleta de círculos y colores diferenciados, Friedman nos contó su particular visión de la Kabbalah: “Empieza desde la infinidad, desde el todo. La infinidad va más allá de lo espiritual. En cambio, la mente y sus emociones son más concretos. Luego, viene lo físico”, indicó señalando el cuadro. Y continuó: “el amarillo representa el espíritu, más allá de la mente. El azul y el rojo, la sabiduría y el entendimiento. Aquí ves los círculos incompletos y separados, que representan como nosotros procesamos la vida separadamente. En cambio, los círculos de color blanco, que representan la infinidad, están completos y conectados. Representan el infinito”, detalló Friedman ante la atónita mirada de Adri, que no pudo abstenerse en comprarle toda clase de pinturas. “La Kabbalah es como la música. Hay diferentes estilos, pero todo el mundo encuentra su variante”, finalizó el artista.
Muy interesante ,gracias por transmitirlos , es apasionante ¡¡otra vez gracias SHABAT SHALOM
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