Israel retira los detectores y los controles de acceso de Al-Aqsa

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OFER LASZEWICKI RUBIN – JERUSALÉN

28/7/2017

Los musulmanes regresarán hoy a la Explanada de las Mezquitas después de que Israel haya retirado las medidas de acceso que colocó semanas atrás, poniendo fin a un conflicto que amenazaba con caldear a todo el mundo árabe

Tras dos semanas de extrema tensión por la crisis desatada en la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abbas, pidió ayer a los fieles musulmanes que regresen a la mezquita de Al-Aqsa. El muftí de Jerusalén –máxima autoridad religiosa islámica- declaró que “la situación ha vuelto a la normalidad, por lo que volveremos a rezar”. La decisión del liderazgo político y religioso palestino se aprobó después de que la policía israelí retirara en la madrugada del miércoles todas las medidas de seguridad colocadas en los accesos del lugar sagrado, incluidas las cámaras de video vigilancia, que fueron instaladas en sustitución de los polémicos detectores de metales que desataron la ira palestina. No obstante, el jefe de la policía en Jerusalén, Yoram Halevi, alertó que si durante el rezo de este viernes “se pretende alterar la paz, nadie debería sorprenderse si hay más muertos o heridos”. Ayer por la tarde cientos de fieles se congregaron en la explanada y, tras un corto periodo de euforia, se vivieron choques esporádicos con las fuerzas israelíes, que se saldaron con más de 50 palestinos heridos.

La espiral de tensión ha sucedido entre un constante tira y afloja entre Jerusalén, Ramallah y Ammán. Tras el atentado cometido el pasado 14 de julio por dos árabes israelíes en la Explanada de las Mezquitas (o Monte del Templo) en que mataron a dos policías de origen druso, el ejecutivo israelí tomó la decisión de cerrar todos los accesos al sagrado lugar. Dos días después, las fuerzas de seguridad reabrieron las puertas y colocaron detectores de metales en los accesos, un acto que fue considerado por los palestinos como una medida israelí que pretendía violar el delicado status quo que prevalece en la explanada. Incluso altos mandos del ejército israelí y de los servicios secretos desaconsejaron su instalación. Como respuesta, los palestinos declararon el viernes pasado un “día de la ira”, en que miles de personas abarrotaron las calles contiguas a la ciudad vieja de Jerusalén y varios puntos de Cisjordania, donde protagonizaron violentos enfrentamientos con las tropas israelíes. Las batallas campales, que recordaron por momentos las escenas vividas en la Segunda Intifada del año 2000, culminaron con la muerte de cinco palestinos. La misma noche del viernes, un joven palestino se infiltró en el asentamiento judío de Halamish y mató a puñaladas a tres miembros de una familia durante la cena del Shabbat.

Casualmente, el estallido de otra crisis en Ammán, la capital de Jordania, fue la clave para rebajar las llamas. El pasado domingo, un joven jordano de origen palestino apuñaló por la espalda a un guardaespaldas de la delegación diplomática de Israel en Jordania, que respondió abriendo fuego y mató al atacante y a un cómplice que le acompañaba. Inmediatamente, el ejecutivo israelí ordenó la retirada de los 30 funcionarios de la embajada en Jordania, pero las fuerzas de seguridad jordanas bloquearon el edificio para evitar su huida. Tras un periodo de incertidumbre, Netanyahu y el rey Abdallah acordaron la liberación de la delegación israelí a cambio de retirar los detectores de metales colocados a las entradas de Al-Aqsa. El Waqf, organismo islámico a cargo de la gestión administrativa de la explanada, depende de Ammán, por lo que el reino hachemita juega un papel crucial en el tercer lugar más sagrado para el Islam.

Las concesiones de Israel al Waqf para intentar calmar los ánimos –Hamás y Fatah habían alentado a las masas a un nuevo viernes de protestas- le han costado duras críticas desde todos los frentes al primer ministro israelí Beniamin Netanyahu. Su socio de gobierno y líder del partido ultranacionalista Casa Judía, Naftali Bennet, consideró que las concesiones del ejecutivo hebreo suponen una “rendición ante el terrorismo y envían un mensaje de que podemos ser cuestionados”. Incluso Oren Hazan, parlamentario del Likud al que pertenece el premier hebreo, dijo que Netanyahu “no será perdonado por capitular sobre la futura seguridad de Israel”. Por su parte, la izquierda criticó desde el primer momento la instalación de los detectores. En la calle palestina, dividida política y geográficamente, la aparente resolución de la crisis de Al-Aqsa se interpreta como una victoria que ha logrado unificar sectores e impulsar marchas masivas, que hacía mucho tiempo que no se vivían en la eternamente disputada Jerusalén. El analista israelí Avi Issacharof escribió ayer que “la soberanía israelí en el Monte del Templo tiene unos límites claros, y lo más sensato es no cruzarlos”.

 

Crónica publicada en La Vanguardia
https://www.pressreader.com/spain/la-vanguardia/20170728/281621010407115

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