El valle de Wadi Ara es una región singular dentro de Israel. Ubicado en la fina región central del país y abrazando el noroeste de Cisjordania, el enclave supone un revés a la demografía mayoritaria del estado: aquí los árabes son la mayoría, cerca del 80% del padrón. Probablemente, se trata del área dónde los poblados judíos y árabes están más pegados. Desde la ruta 65 -que nace en la mediterránea localidad de Hadera y conecta con la bíblica ciudad de Nazareth- se divisa a un lado y otro de la autopista como las apretujadas localidades árabes, coronadas por sus minaretes, observan de frente a los Kibbutz y los poblados israelíes frontalmente. Los lugareños se ven y se cruzan en su rutina diaria. Pero, mayoritariamente, huyen del contacto directo. Son vecinos, pero a su vez completos desconocidos.
Los árabes -musulmanes y cristianos- que residen dentro de las fronteras de Israel conforman una quinta parte de la población y son la primera minoría más importante del país. Generalmente suelen autodenominarse como «palestinos con ciudadanía israelí», una etiqueta frecuentemente utilizada sus dirigentes políticos. Son los que tomaron un camino alternativo durante la Nakba (desastre), eufemismo utilizado por los palestinos para calificar el nacimiento de Israel y el posterior exilio de aproximadamente 700.000 árabes a los países vecinos. Los que se quedaron aceptaron la invitación que contenía la Declaración de Independencia de Israel, que les prometía igualdad social, económica y política.