La ‘intifada de Trump’ se cobra cuatro muertos en el ‘viernes de la ira’

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Barricada cerca de Ramala

Barricada cerca de Ramala Reuters

ORIENTE PRÓXIMO ‘VIERNES DE LA IRA’

Los enfrentamientos han dejado más de 200 heridos en 30 focos de protesta por toda la región

Ofer Laszewicki Rubin – Jerusalén

El segundo “Día de la Ira” convocado por los palestinos se ha cobrado cuatro víctimas mortales entre el viernes y el sábado. Dos murieron el viernes en la Franja de Gaza y más de 300 resultaron heridos en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad israelíes en ese territorio y en Cisjordania y Jerusalén por las protestas contra la decisión del presidente estadounidense, Donald Trump, de reconocer esta ciudad como capital israelí.

El Ministerio de Sanidad palestino informó de que la segunda víctima mortal es Maher Atallah, de 54 años, que se suma a la muerte de Mahmud al Masri, de 30 años, por un impacto de bala del Ejército israelí cuando se manifestaba al este de la ciudad gazatí de Jan Yunis, cerca de la frontera con Israel.

Según fuentes oficiales palestinas, se registraron más de 300 heridos en 30 focos de protesta, que congregaron a más de 5.000 participantes. Además de las marchas habituales en urbes de Cisjordania –Hebrón, Belen, Ramala o Qalqiliya-, Gaza y Jerusalén oriental, también hubo movilizaciones en poblados árabes dentro de Israel, como Umm el-Fahm.

En esta localidad, bastión del Movimiento Islámico de Israel, su líder encarcelado, Raed Salaj, mandó un mensaje a las masas: “Los americanos se unieron a los sionistas para destruir Al-Aqsa. El mundo musulmán debe despertar”. A su vez, dos proyectiles disparados desde Gaza en dirección a Israel fueron interceptados por la batería antimisiles del tsahal.

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La ‘intifada de Trump’ desata la furia en Oriente Próximo

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Un manifestante frente a una barricada en Ramallah este jueves

Un manifestante frente a una barricada en Ramallah este jueves Reuters

Más de 50 heridos en las primeras horas tras la histórica decisión del presidente de EEUU sobre Israel.

Ofer Laszewicki Rubin – Jerusalén

«La Intifada de Trump» ya está dejando los primeros signos de violencia. Tal como advirtieron diplomáticos y analistas sobre la polémica decisión del presidente estadounidense Donald Trump, que el miércoles declaró Jerusalén como la capital oficial de Israel y ya prepara el traslado de la embajada estadounidense de Tel Aviv a la ciudad santa, el reconocimiento de la Casa Blanca ha hecho estallar la olla a presión.

En varios focos de protesta en Cisjordania y la Franja de Gaza, más de 50 manifestantes palestinos resultaron heridos -algunos incluso por fuego real- en duros choques con las fuerzas israelíes, protagonizando escenas similares a las de Intifadas anteriores con barricadas, quemas de neumáticos, y lanzamientos de piedras y cócteles molotov.

El movimiento islamista Hamás, todavía al frente del gobierno en la Franja de Gaza, ha dado un paso al frente para capitalizar la furia desatada en la calle palestina. Su líder Ismail Haniyeh llamó al levantamiento popular: “La política sionista apoyada por EEUU solo puede ser confrontada con una nueva Intifada”, clamó. Y añadió: “Jerusalén está unida, no hay este o oeste. Es una capital árabe, islámica y palestina, a pesar de la tergiversación de la administración americana y su satánica alianza”.

 Desde la última guerra que libraron Hamás e Israel en Gaza en 2014, Tierra Santa ha permanecido en relativa calma, a excepción de la oleada de ataques palestinos con cuchillo o atropellos que estalló a finales de 2015 -protagonizada, en su mayoría, por jóvenes lobos solitarios- y el ataque en la Explanada de las Mezquitas del pasado 4 de julio, en que 3 árabes israelíes mataron por disparos a quemarropa a dos agentes israelíes y fueron posteriormente abatidos.

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¿Es posible la paz entre israelíes y palestinos?

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ORIENTE PRÓXIMO – 24 AÑOS DE LOS ACUERDOS DE OSLO

24 años después de los Acuerdos de paz de Oslo, que supuso un punto de inflexión en la relación entre Palestina e Israel, el conflicto de Oriente Medio sigue esperando una solución.

Ofer Laszewicki – Tel Aviv

Manifestantes palestinos discuten con las tropas israelís.

Manifestantes palestinos discuten con tropas israelíes.

Pasados 24 años de la icónica imagen de Yasser Arafat e Yitzhak Rabin dándose la mano bajo la atenta mirada de Bill Clinton en los jardines de la Casa Blanca en Washington, la paz entre Israel y Palestina todavía sigue esperando. Ese apretón de manos, repleto de esperanzas e incertidumbres, suponía el pistoletazo de salida de los Acuerdos de paz de Oslo (1993), gestados durante un año de intensos encuentros secretos entre israelíes y palestinos bajo auspicio de las autoridades noruegas.

Oslo supuso un punto de inflexión en el longevo conflicto de Oriente Medio, ya que por primera vez ambas partes enfrentadas lograron mirarse de frente y reconocer algo que parecía impensable: que el otro existe. Rabin y Arafat, que junto al entonces ministro de exteriores israelí Shimon Peres fueron galardonados un año después con el premio Nobel de la Paz, contaban con un turbulento historial.

Para los palestinos, Rabin fue el implacable ministro defensa que ordenó a los soldados del tsahal quebrar sin piedad los brazos y las piernas de los manifestantes palestinos que tomaron las calles en la Primera Intifada de 1987. Para los israelíes, Arafat fue el máximo instigador del terrorismo palestino desde que tomara las riendas como líder de Al Fatah y la Organización por la Liberación de Palestina (OLP). Arafat siempre alternó sus dos facetas: la de diplomático y la de guerrillero. El discurso que pronunció en 1974 en la sede de Naciones Unidas da fe de ello: “vine aquí con un ramo de olivo y la pistola de un luchador por la libertad. No dejen que el ramo de olivo caiga de mi mano”.

Los Acuerdos de Oslo fueron un marco repleto de simbolismo. Por primera vez en la historia, el nacionalismo político palestino aceptó el derecho de existencia de Israel, el gobierno hebreo reconoció a la OLP como representante legítimo del pueblo palestino, y ambas partes firmaron resolver sus diferencias mediante vías pacíficas.

Pero tan solo se quisieron diseñar los cimientos de un proceso previsiblemente arduo, por lo que los puntos más calientes se postergaron para el futuro: cómo repartir la soberanía de Jerusalén y sus lugares sagrados; el derecho al retorno de los refugiados palestinos que huyeron o fueron expulsados de sus tierras en el transcurso de la guerra de Independencia de Israel (o Nakba –desastre- palestina) de 1948; el porvenir de las colonias judías construidas en los territorios que Israel ocupó tras la victoria en la Guerra de los Seis Días (Gaza y Cisjordania); y como se definirían las fronteras definitivas del futuro estado palestino.

Básicamente, se decidió empezar por poner en marcha la Autoridad Nacional Palestina (ANP), una administración autonómica que se encargaría inicialmente de la gestión de las principales urbes palestinas, de donde las tropas israelíes se irían retirando gradualmente. Inicialmente, la ANP se puso a prueba en la ciudad de Gaza y en Jericó. A su vez, se acordó la división de Cisjordania en tres áreas: A, bajo plena soberanía palestina, que incluye los principales centros urbanos; B, bajo soberanía civil palestina y control militar israelí; y C, completamente gestionada por Israel, y donde están construidos la mayoría de los asentamientos judíos.

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