Ofer Laszewicki Rubin – Tel Aviv
Hace exactamente un año conmemoraba el día de la mujer sentado en un pupitre de una pequeña academia de hebreo en Florentine, al sur de Tel Aviv. Para mejorar la fluidez oral de los alumnos, la profe nos animaba a tratar temas de actualidad, así que propuso que improvisáramos un debate sobre los derechos de la mujer. “Quien crea que es importante reivindicar el día de la mujer, que levante la mano”, espetó Raz, la maestra.
Tan solo Lesly –una joven hondureña- y un servidor alzamos el dedo índice. Para el resto de la clase, mayoritariamente mujeres, el asunto no era relevante. Jóvenes y no tan jóvenes de Suiza, Alemania, Brasil o Bielorrusia, aspirantes a médicas o ejecutivas, alegaban que se trataba de una reivindicación magnificada. Incluso una aseveró que “es como otro día de San Valentín, programado para incentivar el consumismo”. Ese día regresé indignado a casa. Me percaté de que no solo los hombres, sino también muchas mujeres, no son conscientes –o no quieren serlo- de lo que sucede a su alrededor.
De igual modo que el racismo, considero que el machismo debe ser retratado y combatido contando historias cercanas -con nombres y apellidos- que puedan despertar, para empezar, unas cuantas conciencias a nuestro alrededor. Mis compañeras de “Ulpan” estaban equivocadas: la desigualdad, el abuso y la violencia contra la mujer están a la orden del día en Israel, Palestina, España, Argentina o Senegal.